Saturday, January 9, 2010

Sala de espera

Se paró frente al ventanal, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida en algún punto insignificante en el horizonte. Sabía que ella lo estaba mirando, y sabía que los hombres parecen melancólicos o importantes cuando miran serios la nada allá afuera. Tal vez consiguiera una buena impresión. Ella mordisqueaba un lápiz, como una adolescente cuando hace sus tareas escolares. Ella también sabía que él la miraba de reojo, de cuando en cuando, y esperaba que ese gesto le diera un aspecto más joven, más insegura, tal vez ansiosa. Imposible saber si eran conscientes del juego del otro, o del propio.


Él dio unos pasos dentro de la habitación. En cualquier momento se abriría una puerta y lo llamarían, y se terminaría su tiempo para fingir ser importante. Tal vez lo fuera, pero internamente era demasiado consciente de sus debilidades, de su humanidad – comer, digerir, defecar, dormir, despertar, sudar, sentir nervios, tener miedo – como para creerse que tiene el valor equiparable a un personaje de película, ya sea un agente de Wall Street o un soldado en una guerra americana que nunca se pelea en América. No. Se paró frente a una placa de platina y leyó una dedicatoria, de agradecimiento a la persona que estaba adentro, por la cual estaba esperando. Se sintió un poco reconfortado. Esperaba por la persona correcta. Miró de reojo una vez más. Ella lo miraba con admiración, mordisqueando su lápiz. Tenía ganas de empezar una conversación, pero no sabía cómo. Temía parecer estúpido. O delatarse estúpido. Se puso nervioso, respiró hondo y volvió al ventanal. A parecer nostálgico mientras pensaba – sabía – que no iba a tener el coraje ni siquiera de comentar el tiempo.


Ella se paró del sillón y miró por el ventanal, también. Era finales de otoño, y los árboles ya estaban desnudos, y su ropa de follaje poblaba las veredas que nadie se había ocupado de barrer. Seguramente harían un bonito arrullo cuando uno caminaba sobre ellas. Pero ella no iba a caminar por ahí. Hacía meses que no salía fuera. Al principio fue raro, después se acostumbró, aunque sabía que algo no estaba bien.


Se abrió la puerta. Se asomó un señor de bata blanca.

- Ricardo, buenas tardes, puede pasar. - Llamó, en voz baja. Se percató de la presencia de la chica. Ricardo entró a la sala y se acostó en el diván, aunque no le gustara. Eso de hablar a alguien sin poder verle a los ojos le parecía incorrecto. Le parecía estar desnudándose. Bueno, de eso se trataba, probablemente.

El hombre de bata se disculpó antes de usar el teléfono.

- Cecilia, una de las internas está en la sala de espera, ¿te puedes ocupar?- Bajó la cabeza, suspiró tratando de que no se notara, y fue hasta la sillón junto al diván. Acomodó los pies en un banquito, y cogió un cuadernillo de una mesita ratona que estaba entre el diván y el sillón. Lo hojeó un poco. Aclaró la voz.

- Ricardo, en la última sesión me comentabas lo difícil que te resultaba comunicarle a tu madre tu decisión de independizarte. ¿Has trabajado en eso?


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